viernes, 13 de septiembre de 2013

Mortales & ángeles

Christian estrujó entre sus manos la carta que había recibido aquella misma tarde, en donde indicaba una importante cita a la que, supuestamente, debía acudir. Con dedos temblorosos, empujó un poco la pequeña puerta de madera, que era el único obstáculo que se interponía entre él y el jardín. A un lado del mismo, en el cual no se había fijado anteriormente, había muchísimas flores. Muchas más de las que nunca nadie se podría haber imaginado. ¡Eran fabulosas! Parecían bellas damas ataviadas con sus mejores galas. Todas las flores se hallaban marchitas. Christian apartó la mirada, horrorizado. ¿Cómo podía ser tan bonito y tan triste a la vez? Decidió pasar de largo, pero no cesó de apretar la carta con la mano izquierda. Según se acercaba más, aquella gran mansión (que en su momento fue hermosa) parecía alzarse más. Llamó de forma vacilante a la puerta. Unos instantes después ya estaba abriéndose. Creyó que se había abierto sola, pero pronto asomó el rostro más bello que jamás había visto. Aquella joven, seguramente de su misma edad, parecía un ángel: facciones perfectas, rostro puntiagudo, y el orgullo en su expresión la hacía más atractiva. La nariz la tenía pequeña y respingona, y los ojos oscuros, algo almendrados. Su cabello, color caramelo, caía sobre sus hombros. Su cuerpo estaba cubierto por un camisón que parecía de lino.  Christian apenas se percató en su extraño atuendo. Abrumado por la belleza de la niña, quiso alargar la mano para acariciar la mejilla de ella. Pero cuando ya creía estar a punto de sentir la piel de Pändora bajo su mano, ella parecía alejarse. Confundido, dio un paso hacia delante. Así logró la niña que Christian fuera adentrándose en la casa.  Se hallaban en el rellano de la gran mansión. Una lámpara de araña polvorienta había sobre ellos. Las paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros, pero Christian sólo tenía ojos para aquella belleza viviente.
¿Viviente?
De pronto, Pändora desapareció. Fue a girarse para buscarla, pero ella lo encontró antes. Había depositado sus manos sobre los hombros de él. 
- Christian... - susurró ella. - Llevo años queriendo tenerte a mi lado. Llevo años esperándote. - En un abrir y cerrar de ojos, rodeó el cuello del niño con sus manos.
- Ven conmigo... - el niño asintió aún sin saber a qué se refería. Ella apretó los dedos, de manera que comenzó a oprimir el cuello de Christian. Comenzó a quedarse sin aire, pero aquel cálido tacto que rodeaba su cuello, le hacían sentir seguro. 
Y así fue como el egoísta ángel enemoniado llevó consigo a su amado.

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