lunes, 25 de noviembre de 2013

Ojo por ojo

Presente tengo tu corazón destrozado,
entre mis manos lo mantengo ensangrentado,
de aquellas heridas que pretenden cicatrizar,
y con las uñas permitirles curar no les voy a dejar.

Mientras tú luchas por entrar y tu corazón recuperar,
entre mis garras sufre como jamás lo hará;
con promesas rotas lo alimentaré
y de besos con mentiras al rojo vivo lo cubriré.

La venganza se sirve fría, decían,
excepto cuando la sangre ardiente entre mis dedos se perdía,
huyendo de todo dolor posible,
aunque en este castillo de dolor nadie lo logre.


[ Siento no publicar nada en estos últimos días. Estoy demasiado ocupada, pero prometo que cuando finalicen los exámenes, volveré a la rutina y no cesaré de dar guerra. Sé que lo estáis deseando.  ;) 
Podréis saber de mí diariamente en Twitter: @Diosadela_ 
Más adelante, cuando tenga el tiempo requerido, añadiré un gagdet al blog en el que podáis verme en todas las redes sociales en las que estoy registrada.
Un saludo, Diskordia. ]

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Una noche sin ser yo

Esta noche dejaré de ser Diskordia,
para versarte lo que por ti sentí,
y aunque puede que en un futuro me arrepienta,
estoy segura de que cuando esto leas sepas que es para ti.

Oh, ¿qué más deseas que tatúe en versos,
si ni con palabras soy capaz de plasmar lo que siento?
Aquel día una poesía me pediste,
y hoy una poesía te presento. 


martes, 12 de noviembre de 2013

Vuestro turno, señores


Para entonces era apenas una cría, 
aunque la maldad ya la tenía.
Pero en mí la soledad ardía.



Nadie era capaz (o no querían) de ver
que podía adiestrar quimeras y leones a la vez.
De veras, ¿solo porque siempre me negaba a perder?



Ahora serán ellos los que se arrepentirán,
y su vida en lo más miserable convertiré, 
hasta que piensen que el bueno es Satán.

lunes, 11 de noviembre de 2013

No existen las casualidades cuando ando por los lares

El chasquido de las alas al partirse
resonará de por vida en tu oído,
como si fuera un sonido ahí perdido.

Tu vida en vuelo habrá sido en vano,
ya que no podrás evitar la caída,
ni siquiera entonar una despedida.

Solamente podrás tratar de convencerte
de que ha sido un mero accidente. 
Oh, por los Dioses, qué inocente.

Pequeño alma de esquina doblada,
comprende y desiste ya,
que tu vida por mí ha sido dañada. 

¿Corazón? Oh, vamos.

Nací de un punto en el infinito,
alejada de toda vida en un principio.
Crecí sola, sin amor,
¿para qué iba a darlo yo?

En quien ahora soy mi pasado me convirtió;
de traiciones pasadas vivo,
de sed de venganza me alimento,
ya que todo rastro de vulnerabilidad pereció.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Un par de lecciones para mortales

Seré yo, recuerda

Cuando el terror se expanda, deberás huir:
no será la peste negra,
ni tampoco un saqueo,
sino que acude a tu tierra,
una Diosa que tu paz puede prohibir.

Ingenuidad

Adéntrate, Mortal, por favor;
acude a mi palacio como si en tu hogar estuvieras;
donde la sangre alberga en los rincones,
los gritos me hacen de trovadores.
Ante mí se arrodillan hasta las quimeras,
y ahora lo harás tú con fervor.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Entre humo, poesía

Supersticiones

Ni los gatos negros traen mala suerte,
ni por debajo de las escaleras pasar,
lo único a lo que podrás llamar Infierno,
será entre mis brazos encontrarte.

Fuego, agua & humo
En fuego ardía mi alma,
en agua se derritió mi cuerpo,
y en humo se desvanece todo.

Palacio de Diskordia
A mi palacio serás bienvenido,
un lugar en el mundo perdido.

Si ante mí no te arrodillas,
mil veces desearás albergar en celdas.

Convierte tu sangre en tu marca,
ya que siervo serás de esta diosa maléfica.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Mar de versos.

Versos para...

Versos para vos, mi señor,
versos para vos, milady,
versos para ti, mi amor.

Amor & terror, tan horrible y tan similar
Como el terror es el amor,
que se siente con pavor.
Se alimenta de tu alma,
para evitarte la calma.

Advertencia entre líneas

En este asíndeton,
te ruego mi perdón,
y con él, dame mi corazón.

Tu pasado ensuciaré,
tu presente espantaré,
y tu futuro oscureceré.

Ya sabes lo que tienes que hacer,
o con el polvo, la niebla,
te haré desaparecer.

martes, 5 de noviembre de 2013

Te mira desde arriba. [ Para y gracias a Ernesto. ]

Es una dama blanca como la nieve,
con oscuridad sólo en su negro corazón,
con aquel que te desnuda cuando te ve.

Nada tienes que hacer ante ella,
te domina y saborea como una droga,
te deslumbra con su propia estela.

Como un juego te manejará,
ni por pena te querrá,
el ser más miserable en ti verá.

Es una dama blanca como la nieve,
con oscuridad sólo en su negro corazón,
dueña de ojos castaños tan crueles como ella. 

[ Gracias a @ErnestVeliz he podido escribir esta poesía. ]

Danzando con la Muerte.

[ Os ruego que votéis, por favor. ] 

Una danza que llegará a su fin.

La estancia se hallaba abarrotada de hombres y mujeres vestidos de etiqueta buscando con la mirada el 
asiento que se les había asignado al comprar las entradas.

A pesar de la enorme cantidad de público, apenas había barullo ya que hablaban en susurros.

Cuando todos estuvieron acomodados se silenció la sala. Los focos de luces comenzaron a apagarse, haciendo que el lugar quedara completamente a oscuras. En el aire se apreciaba cierta tensión, y para qué negarlo: también misterio.
Más de cuatro mil pares de ojos estaban fijos en el escenario, que estaba cubierto por un grandioso telón de terciopelo rojo. Este empezó a abrirse lentamente, haciendo que los presentes contuvieran la respiración. 
Parecía que los segundos se prolongaban inmensamente.
Pronto una agradable luz (proveniente de los focos) inundó completamente el escenario. Por cada lado del mismo surgieron, con aire inocente pero digno, dos hermosos cisnes. El de mayor altura, Anastasia, tenía la cabellera azabache recogida, de la misma manera que su compañera rubia. 
Desprendían un aura elegante, con sus escuetos pasitos. Se apoyaban sobre las punteras, del mismo color que el maillot (blanco) el cual se ajustaba a la perfección a la silueta de sus figuras. El tutú se ceñía a sus cinturas, procurándoles delicadeza. Ambas se fueron acercando al centro, mirando a un punto perdido en la lejanía.

Apenas faltaban cinco pasos para alcanzar el centro del escenario cuando la luz se atenuó, ocultando los cuerpos de las bailarinas.
Nadie dijo nada. No se oyó nada.
Con la misma parsimonia con la que se habían apagado las luces, se encendieron para dar lugar a un pintoresco y sangriento cuadro, que extrajo varios aullidos de terror por parte del público. El cisne rubio yacía sobre el impoluto suelo de parquet, con una daga de plata hundida en el pecho. Tenía los ojos abiertos, dirigidos todavía a aquello que nadie supo jamás de qué se trataba. 
Su compañera se sostenía únicamente sobre una pierna, mientras que la otra la extendía en su plenitud hacia detrás. Los brazos los tenía arqueados sobre la cabeza, entrelazando las manos. Tenía el tutú empapado de un líquido rojizo y el tórax salpicado de la misma sustancia. La joven también miraba al infinito, ajena al cadáver que tenía al lado.


La entrevista con el psiquiatra había resultado ser una pérdida de tiempo. Anastasia, vestida con un elegante traje de chaqueta color violeta, se había limitado a, con las manos en el regazo, mirar fijamente al hombre que decía tener un doctorado. Rendido, el señor McCain cogió el teléfono e hizo un par de llamadas. Anastasia no escuchó.

Tras un largo viaje, dos hombres trajeados irrumpieron de una manera un tanto violenta en la estancia. Bruscamente, tomaron a la joven por los brazos, levantándola del sillón y sacándola casi en volandas de la clínica.

La metieron en un coche oscuro, con los cristales tintados. Anastasia no comprendió por qué unos finos barrotes la separaban de aquellos misteriosos hombres, pero no comentó nada al respecto. No había mediado palabra. Realmente, jamás lo hizo. ¿Muda? Quizá. Escondía muchos secretos que muchos creían que jamás podría revelar. 
Tras un largo viaje, el coche se detuvo y los agentes sacaron del vehículo a la chica. Se pararon unos instantes ante un grandioso edificio con la fachada gris. Anastasia ladeó la cabeza. ¿Acaso la llevaban a la cárcel? 
Inocente. Aquello era peor que la cárcel. Un infierno con un cartel en la entrada que rezaba ‘Psiquiátrico central de Rusia’ por título. 
Anastasia no recordó más. Volvió en sí cuando unas rudas pero femeninas manos la sentaron de súbdito en una silla, y acercaron unas tijeras a su cabello.

-          ¡No! – exclamó, alterada. La mujer dio un paso hacia detrás, mientras se le caían las tijeras de las manos. La chica se recogió el cabello con las manos, mientras miraba con gesto asustado a la mujer. A ella le gustaba su pelo. Eso dijo en una ocasión.
Más tarde, con lágrimas en los ojos y también rodando por sus mejillas, largos y espesos mechones negros caían desamparados al suelo. 

Mientras Anastasia alzaba los brazos inconscientemente, le ciñeron una bonita camisa de lino. No comprendió de qué se trataba, de hecho, estuvo tentada a dar una elegante vuelta, creyéndose tratar de una bella princesa con un hermoso vestido. Se sorprendió al percatarse de que no podía mover los brazos, cruzándose estos sobre su pecho. ¿Por qué el vestido le agarraba las manos? 

Anastasia y otra mujer , más ruda que la anterior, atravesaron un pasillo grisáceo, con un final al parecer, inexistente. Lo que sí que se veía claramente era la impresionante cantidad de celdas, de las cuales surgían gemidos lastimeros, y de otras, sonoros golpes y chillidos. Cometió el error de mirar a su derecha, donde pudo ver a una mujer balanceándose en una esquina de la celda. Si no fuera porque tenía el rostro enterrado en las rodillas, Anastasia se habría dado cuenta de que carecía de ojos en las cuencas. Quizá esa fuera la causa de que también llevara un ‘vestido de lino’.
Tras veinte ‘jaulas’, una se abrió gracias a que la carcelera introdujo la llave en la cerradura y la hizo girar. Anastasia se internó voluntariamente, percatándose entonces de que sus pies desnudos rozaban el frío suelo de piedra, sospechosamente húmedo. Imitó a la mujer que anteriormente había visto en una celda lejana, hasta que, horas después, oyó que alguien le chistaba. 
Un hombre alto, fornido y musculoso introducía la llave en la cerradura, como había hecho la carcelera, haciendo que la puerta se abriera, con un chirrido. Anastasia, instintivamente, se levantó y salió, caminando con lentitud pero seguridad, un poco de puntillas, y con pequeños pasos. El mismo hombre que la había liberado, rasgó con un cuchillo su camisa de fuerza, intentando que no la golpeara la oleada de presos que también habían salido de sus celdas. La espalda de la chica quedó al desnudo. Se volvió para mirar al caballero, y se sorprendió cuando se percató, sin saber cómo, que se trataba de una mujer que al tener más músculo que busto, y más cuerpo masculino que femenino, se le confundía de sexo. 
Quiso decir algo, pero los enfermos caminaban en masa, y la arrastraron. Cuando por fin dicha multitud salió del centro tras evadir a los guardias, se dispersaron. Parecía una invasión a la importante ciudad de Moscú. 
Anastasia se movía dando tumbos. Recordó que en una ocasión cayó de bruces sobre un fresco césped, manchando su cuerpo ahora desnudo (ya que la camisa de fuerza había caído al suelo tras ser descosida) con un poco de verdín. 
A pesar de que miraba al frente continuamente, parecía carecer de vista alguna. Aunque aquello se desmintió cuando tanteó la fachada de un edificio gris. Lo que habían parecido kilómetros, apenas habían sido algunas decenas de metros, ya que sólo había dado una vuelta completa al psiquiátrico. Se aferró a una escalera metálica, que la llevaría a la azotea. Comenzó a subir, hasta llegar a la zona superior del edificio.  Ni siquiera miró al cielo sin estrellas de aquella noche. No se detuvo a disfrutar la brisa que aireaba su ahora corta cabellera. No se percató del rugido de los motores de vehículos en la lejanía. Sin más, dejó su cuerpo caer, de manera que simuló la caída de una hoja de árbol en época otoñal. 
El aire no opuso resistencia. Y sin más, el suelo llegó. A pesar de que la vida había huido de su cuerpo antes de que rozara el suelo, pareció que todo finalizó cuando el césped comenzó a mancharse de rojo. Un espeso charco se formó alrededor de la cabellera azabache. Su alma había perecido.

¿Una catarsis? Quizás. Pero ahora podría reunirse con Elizabeth.


Danzando con la Muerte está,
una dama de azabache cabellera;
pero la sangre manchaba la verdad.

La bailarina de esbeltas piernas
amarla demasiado el motivo era, dijo;
hasta que arrebatarle la vida por amarla más de lo que piensas.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Desprendiendo desgracia.

Cañones rugiendo en la lejanía,
almas cantando en su soledad,
y carroñeros buscando para su nuevo día.

Oh, ¿qué es ese aroma que presiento,
ese que huelo y tan familiar es?
Es el de la desgracia que por cada poro desprendo.