sábado, 19 de octubre de 2013

Amor; Más amargo que dulce

En cierta ocasión llegué a saborear,
ese sentimiento que parecía sólo en versos existir,
advirtiendo el amargo y dulce en mi paladar,
con temor ante lo nuevo llegar

Los esquemas de mi vida quebrantó, 
trajo el desorden a mi existencia,
para abrazarme con una nueva presencia,
para crecer de nuevo todo se desmoronó.

Caí inocente entre sus brazos,
ya que ya había saboreado la parte dulce, 
ahora saborearía la amarga
creyéndome víctima de los más sinceros sentimientos.

jueves, 17 de octubre de 2013

Abrázame

Abraza al ser que toda la vida te espera,
al ser que te busca para encontrarte,
y que cuando lo hace, tu alma aligera.
Abraza al que te recoge cuando te caes,
que te susurra la realidad al oído.
Abraza a la Muerte.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Alma profunda, maldad infinita

Aliento gélido como un témpano de hielo,
cuerpo blanco como la nieve virgen.
Ojos como perlas negras.
Garras peligrosas como las de una harpía,
andares esbeltos como los de un ciervo, 
y corazón duro como un diamante,
y oscuro como la profundidad de mi alma.

martes, 15 de octubre de 2013

Para mí

La Muerte camina viva, y la vida espera la Muerte.
La Oscuridad cubre la Luz, y la Luz termina en Oscuridad.
La melodía se interrumpe por chillidos, y los chillidos terminan siendo melodía.

¿Me esperarás vivo? 
¿Respetarás mi oscuridad?
¿Cantarás para mí?

lunes, 14 de octubre de 2013

Lágrimas de fénix

Heridas internas y profundas,
heridas que ningún ojo puede ver,
sólo un corazón dolido, 
que abraza con compasión mi dolor.

Heridas que de ellas no mana sangre,
heridas que no se pueden limpiar,
pues tus mentiras tienen clavadas como astillas,
y no se pueden sacar.

Son heridas que no curan las lágrimas de fénix.

domingo, 13 de octubre de 2013

La canción de los cuervos

Cuando la niebla baja,
cuando el frío la respiración corta,
la canción de los cuervos oirás.

Cuando los callejones carecen de luz,
cuando las guaridas cierren sus puertas,
la canción de los cuervos oirás.

Cuando permanezcas helado de frío,
cuando el alma por tus ojos huya,
la canción de los cuervos tu hora indicará. 

sábado, 5 de octubre de 2013

El terrorífico 'sí, quiero'.

Los enormes portones de madera se abrieron. La luz del sol a espaldas de la novia hicieron que pareciera que la misma tuviera aura propia. Tras suspirar con nerviosismo, dio un paso hacia delante, rompiendo el silencio que inundaba la Iglesia. Ni si quiera se oía la respiración de los presentes. Continuó caminando a paso lento, como si se tratara de un ángel. Sus pies parecían flotar sobre el suelo de mármol. El bajo del vestido de seda blanca arrastraba considerablemente por el suelo, realizando así un suave sonido de deslizamiento. Ninguna infanta cogía el velo a sus espaldas. Ninguna niña echaba pétalos por detrás de ella. Alzó su dulce mirada, sonriente, para ver a su futuro marido. Miraba hacia un punto perdido en los invitados, con el rostro cubierto por su media melena. El camino hasta el altar pareció infinito. Cuando la joven tomó del brazo a su prometido, continuó sin verle el rostro, pero ella sabía que él estaba sonriendo.
Apenas escuchó al cura mientras hablaba y recitaba sus palabras. Sólo la sacó de sus pensamientos una voz ronca, extremadamente profunda y masculina.
Sí, quiero. - la voz resultó aterciopelada, pero incluso misteriosa. La futura esposa sabía cuándo debía responder, por lo que lo hizo automáticamente.
Sí, quiero. - repitió las mismas palabras que había pronunciado su ahora ya marido. Fue entonces cuando ambos se volvieron, para mirarse. A la vez, una sonrisa malévola floreció en el rostro de ambos. 
La Desgracia personificada acarició la mejilla de su esposo, fundiendo sus labios con los de Satán. 
Habían enlazado sus vidas, y ahora tendrían el mundo a sus pies.

viernes, 4 de octubre de 2013

Se llevó con él su tristeza

El  humo impedía la visión a los soldados más allá de su contrincante. El suelo temblaba, y ruidosas explosiones parecía que les intentaban hacer estallar los tímpanos. El sudor, la sangre y las lágrimas cubría sus cuerpos, algunos vivientes; otros inertes. 
Давайте, ребята! - (¡Vamos, muchachos!), gritó Sergei, mientras estiraba el brazo para clavar el fusil en el cuerpo de un soldado americano que había intentado atacarle. Su alarido apenas se oyó, pero resultó audible para los compañeros que le rodeaban, por lo que comenzaron a moverse con más agilidad, animados. A pesar de que estaba agotado, y el cansancio se apoderaba a pasos agigantados de su cuerpo, él no podía detenerse. La constante imagen de su sonriente hijo, un pequeño niño de dos años, con el cabello azabache de su madre y los ojos verdes del padre permanecía en su mente, y era lo que le impedía detenerse, y lo que le obligaba robar salvajemente otras vidas. Pero debía luchar por él; por su hijo, Arkadiy. Cayó otro cadáver. Ya se había acostumbrado a aquella repetitiva escena, y la increíble cantidad de cuerpos sin vida parecía incluso sobrenatural. Una voz se elevó. 
Мы победили! Виктория! - (¡Hemos ganado! ¡Victoria!). Sergei sonrió. Había luchado por su país, había luchado por Rusia. Poco a poco, guerra tras guerra, lograban dominar el mundo. Serían los reyes del Universo. Al principio, no sintió dolor alguno. La sonrisa continuaba congelada en su rostro. Bajó la mirada hacia su pecho, y vio una bala atravesar el mismo. El mundo parecía detenerse. Sus compañeros gritaban a sus espaldas, pero él apenas los oía. No se percató de que una oleada de americanos comenzaban a disparar por detrás, matando a los rusos como si de perros se tratasen. Sergei clavó los ojos verdes que su hijo había heredado en la nada. Pronto una lágrima rodó por su mejilla, mientras caía de rodillas. Nadie le hacía caso: todos corrían en direcciones opuestas, tratando de salvarse. Sus camaradas le habían abandonado. Aún sonreía levemente. Pero no lo hacía por dolor. Lo hacía porque jamás podría volver a ver a su hijo. Jamás podría ver su cielo de nuevo. No podría contemplar cómo crecía. Todo había terminado. Mientras su débil cuerpo caía sobre la tierra se odiaba a sí mismo. Le prometió a su hijo, antes de partir, que volvería con un sincero 'te quiero' de regalo. 
Había fallado a su niño.